Es sábado por la mañana y como todos los sábados se levanta temprano para montar el puesto del mercado. Vende calcetines. Todo tipo de calcetines, negros, blancos, de colores, bajos o altos, incluso tiene algunos de rayas que casi nunca vende.
Después de montar el puesto se dirige al bar y sólo al verla entrar por la puerta ya le están preparando su desayuno. Un buen café con leche caliente y unas rebanadas de pan sin tostar. Se toma el desayuno con la tranquilidad de saber el trabajo que le espera.
Ya en el mercado va despachando lentamente, pero con más diligencia y premura que aquellos que aparentan más rapidez pero más torpeza.
Entre la gente ve una joven que se acerca, la reconoce y se emociona, los pelos del brazo se le erizan y hasta alguna lágrima corre por su mejilla.
Son muchos los recuerdos de entonces aquella niña que todas las semanas, hace ya varios años, pasaba por delante del puesto, se le quedaba mirando fijamente y le decía: "Quiero comprar calcetines de rayas"
Ella le daba siempre los mejores calcetines y la niña le entregaba el dinero, unas veces se los regalaba diciéndole que los sábados impares los calcetines de rayas eran gratis o bien que los días con sol las niñas guapas no pagaban nunca. Todo valía por conseguir que aquella simpática niña le dedicara una sonrisa que hiciera que hubiera valido la pena el día.
Al cabo de unos años y de muchos calcetines dejó de ir, hasta que un día como hoy la volvió a ver. La joven se acercó hasta el puesto se le quedó mirando fijamente y le dijo: "Quiero comprar calcetines de rayas".
Y luego sonrió.
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