Cuando Oleg sale de trabajar a la una de la tarde lleva levantado cerca de diez horas, por suerte esta tarde no trabaja y podrá descansar.
A las una y trece minutos coge el autobús de linea y se sienta en la tercera fila del lado derecho, en la tercera fila porque se notan menos los baches, al lado derecho porque así no le tapa el conductor y le gusta ver por donde va.
De camino aprovecha para ponerse crema en las manos agrietadas y endurecidas por el trabajo mecánico, veinticinco años en la misma fábrica, en el mismo puesto, remachando grandes planchas de acero.
A la una y treinta minutos el autobús entra por una de las avenidas de Kiev, hoy hay bastante tráfico y no sabe si llegará a tiempo, en verdad le da lo mismo, llegar que no llegar, a tiempo.
Cuando baja del autobús faltan 4 minutos para las dos y no ve a nadie por la calle, enfila hacia su portal, lo cruza, sube las escaleras torpemente por los músculos atrofiados de estar tanto tiempo de pie o sentado y llega al rellano de su casa.
Abrirá la puerta, entrará y dejará los trastos a un lado, ya en la cocina, rastreará la nevera, cogerá las sobras de ayer y se dispondrá a comer. Serán las dos y doce minutos. Se sentará, pondrá la tele y verá como diez camisetas rojas se abrazan corriendo por el campo.
Entonces se dará cuenta de porqué le daba igual llegar que no llegar, si a él, en definitiva, no le gusta el fútbol.
Al abrir de nuevo los ojos habrá perdido por cuatro-cero y se acordará que mañana, irremediablemente, tiene que volver al trabajo de madrugada a remachar cuatro-cientas planchas de acero.
2 comentarios:
Futbol no..... que parece que se pare el mundo por un balón.
que son cada cuatro años... a callar!
viva las historias de fútbol!!!
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