martes, diciembre 04, 2007

Una legua, una historia.

Son las siete de la tarde, ha llegado a casa, se sienta en la cama y piensa si salir a correr como todos los días o acabar con unos temas pendientes. Decide salir a correr. Con movimientos premeditados como estudiados de un libro de texto se desviste y se pone la ropa deportiva, hace un doble nudo en las zapatillas para evitar que se desaten, comprueba que las pilas del mp3 no se vayan a agotar, carga el ultimo disco de los planetas y baja por las escaleras.

Corre por la acera esquivando colegiales, mujeres con bolsa de la compra y algún que otro hombre de mirada perdida. Llega hasta el viejo cauce de un río destinado a ser el pulmón de una ciudad en decadencia para sus ojos. Corre y corre. Antes de llegar al final la ve pasar a lo lejos, va en bicicleta, lleva un gorro de lana azul marino y una bufanda también azul. Corre pero no la alcanza.

Al día siguiente, a las siete de la tarde, se vuelve a repetir la misma escena, él sentado en la cama decidiendo si va a correr, entonces se acuerda de ella y sale a correr, piensa que si va más rápido quizás pueda hablar con ella. Tarde, cuando llega al punto de encuentro la ve alejarse de espaldas.

El tercer día tampoco lo conseguiría, lentamente se vestía y calzaba y por mucho que corriera luego nunca llegaba a alcanzarla.

Al cuarto día pensó que nunca llegaría a verla si seguía con el mismo patrón y decidió acelerar sus movimientos, salió a correr, en el reloj vio que llevaba 2 minutos de ventaja, ya en el río puso la directa, sabía que hoy no podía fallar, entonces se dio cuenta que una de los cordones de la zapatilla se había aflojado e instantes después tropezaba y caía al suelo. Lamentó las prisas que le habían llevado a esa situación pero más lo lamentó cuando al levantar la vista fijo su mirada en una bicicleta de gorro azul que se alejaba.

Al quinto día decidió quedarse en casa, no estaba de humor y la caída del día anterior había marcado una de sus rodillas. A las siete y veintisiete sonó su teléfono móvil, un número desconocido le llamaba, descolgó:

- ¿Porqué no has venido hoy?

 

Salir a correr una hora y veintiséis minutos dan para pensar mucho y para pensar que cada persona con la que te cruzas tiene una historia dentro, sólo hay que buscarla.

1 comentario:

Murgan dijo...

Todos tenemos una historia ensortijada en la espalda. A veces inventamos la de otros, por pereza ante un acercamiento inoportuno. Otras veces el alma misma nos conduce a interrogar a esa mirada desconocida con la que hemos compartido semáforos y aceras en el breve lapso de unos minutos. Me gustan esos cuentos, esas narraciones no escritas todavía en las manos del que observa. Gracias por estas líneas que no debían perderse. Beso de buenos días, Sr. Pradas.