Hoy salí a correr siete kilómetros, llevaba ocho días sin correr. La verdad es que no recuerdo la última vez que había parado más de una semana.
Hace ocho días corrí la Maratón de Valencia en tres horas y treinta y nueve minutos y aunque el tiempo en niveles populares puede parecer insignificante a nivel personal importa bastante. La carrera es consigo mismo, llegas en el puesto cuatro mil, durante la carrera te pasan cientos de corredores y al mismo tiempo tu pasas a otros tantos, corredores que ves delante, luego detrás, luego delante otra vez...
La salida era fría para lo que estábamos acostumbrados aunque mucho mejor eso que un día caluroso. Enseguida entramos en los cajones, los últimos nervios, las ganas de mear y el pistoletazo de salida. El maratón es muy mental, hay que salir concentrado seguir el ritmo que has pensado durante los últimos tres meses, no vale improvisar ese día. Primer kilómetro en 5:10 y los siguientes sirven para ir cogiendo el ritmo.
Del GPS no puedo hacer caso siempre cuenta de más en kilómetros por lo que te parece que vas muy bien y luego estás perdiendo segundos, así que hago caso a los kilómetros que la organización de carrera pone en la calle y a compararlo con mi cronómetro. La cuenta es fácil, a 5 min/km.
En el km 10 ya se ha pasado lo más duro del recorrido, dejamos atrás la zona del cabanyal y los naranjos que están desiertos de público, voy un poco por encima de lo esperado pero sólo unos segundos.
En el 16 la gente te lleva en volandas, el paseo de la Alameda está espectacular con carros de fuego sonando en los altavoces, en 17 estás tú haciendo fotos y animando.
En el km 20 ya he recuperado esa pequeña pérdida de tiempo, va bien pienso. Pensar, en una maratón se piensan muchas cosas aunque ahora no podría recordar ni cuatro de ellas... Algo que se repite siempre es un vídeo que vi el día anterior de un profesional que decía que hasta el kilómetro 30 había que llegar entero. Esa es mi meta llegar entero al 30 y luego ya se verá.
Paso por la calle La Paz, es el kilómetro 27, al final de la calle justo en la curva de San Vicente se que estará la familia, paso por allí y allí están, aplaudiendo, jaleando, choco la mano a los sobrinos y sigo. Me sabe mal que la gente venga a verte por tan sólo 5 segundos, pienso en volver a pasar, pero no... hay que seguir.
Llego al 30 y estoy entero, las pulsaciones no se han movido, siguen ahí entre 165 y 169. Sin pasar ese límite que la prueba de esfuerzo me dijo que estaba en 170. Estoy entero pero no me fío, hasta el 32 hay algo de subida así que espero a tomar una decisión hasta pasar ese tramo.
Voy pensando que en acabar la pequeña subida de la Av Burjassot apretaré un poco aprovechando la bajada. Ya lo tengo, pienso. Diez metros antes de coronar el "puerto" el gemelo izquierdo me da un calambre, salta la alarma. Esto no entraba en los planes.
A los 3 pasos el gemelo derecho hace lo mismo, 10 metros más allá me tengo que parar...
Me quedan 10 km para llegar a meta y tengo la necesidad de estirar. Lo primero que pienso es en abandonar pero estoy tan lejos de la meta, no tengo dinero, no puedo coger ni un taxi... no me queda otra que volver.
Sigo corriendo, bajo el ritmo bastante y aguanto otros 500 metros... vuelven los calambres y me vuelvo a parar. Un hombre me grita que no se me ocurra abandonar, que siga, que lo difícil ya lo he hecho. Le digo que no, que lo duro es justo ahora.
Vuelvo a la carrera, encadeno 3 kilómetros sin tener que parar, entre medias devoro un plátano en el 35.
El dolor en los gemelos va en aumento, paso por Colón ya sólo quedan 2 kilómetros, a 1 de meta tengo que parar de nuevo, el pasillo de gente es espectacular, que lástima no poder disfrutar del momento. Porque lo único que me apetece es llegar. Maldigo el momento en que me inscribí en Berlín y bendigo que no me apuntara a la Mamova.
El maratoniano tiene poca memoria, hoy ya deseo correr ambas.
Llego al final, bajo al río y ya en la zona vallada me tengo que parar de nuevo, es el peor momento, no me puedo retirar de la calle. Allí estoy parado mientras el resto va pasando eufórico a la meta, un niño al otro lado de la valla me mira. Al menos no llevo mala cara, puedo hablar y sonreir. El mal sólo está en las piernas.
Cruzo la meta en 3:39, nueve minutos más allá de mi objetivo, me voy directo a la salida, cuando ya fuera encuentro un hueco me siento y el dolor de las piernas se hace insoportable.
Pero de eso ya casi ni me acuerdo... En 14 días corro el maratón de Honolulu pero ese será otra historia...
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